Pan de Amor
Sentado bajo el sol de las diez de la mañana de la Ciudad Señorial, mientras preparaba la mezcla de un pequeño saco de cemento, para tapar unos huecos en el piso de la marquesina de su casa, se encontraba Don Juan.
Estabamos hablando de un tema relacionado con comida, super-mercados y precios. Y de momento lo noto exaltado, como medio enojón, fue mi impresión, y me le quedé mirando, con detenimiento, ya que me pareció raro su actitud y quería escuchar bien con que venía, lo hice con una sonrisa, y amor en mi corazón.
Quería estar segura de que escucharía de su boca, y estar en plena tranquilidad para no contestarle, o corregirle absolutamente nada, que a sus setenta y un años es merecedor de toda honra y respeto.
“Comida, ha, comida de eso puedo hablar yo.” dijo en tono como el que está a punto de regañar. Y hubo un silencio, pude notar que se subio a la nave de un recuerdo.
Fue un cambio drástico, puesto que estabamos hablando de un tema y pensé que iba a dar una especie de regaño, pues por la diferencia que ven las personas mayores de sus tiempos con los de ahora. Justo ahí, fue que cambió a una anecdota, como para enfatisar su punto, pero noté, que ya había volado lejos como si hubiese tenido la capacidad de haber llegado, en cuerpo y alma justo a su escenario recordado y del cual estaba a punto de compartirme.
Yo atenta, algo me decía que no le quitara los ojos de encima. Y noté una sonrisa que se comenzó a dibujar en su rostro, mientras el dejaba de mirar la mezcla de cemento y sus manos se detubieron. Su mirada se fue hacia otro lugar y escuché un “Ji” como de una carcajada suprimida y comenzó a contarme.
“Cuando nos ibamos de compra, era con un saco, tu sabes, un saco de esos” y busco mi mirada como para asegurarse que yo sabía lo que era un saco. Le asistí con mi cabeza y continuó; “mi papá, mis dos hermanos y yo nos ibamos a hacer la compra, en la Plaza del Mercado, y el ponía todo lo que comprabamos en el saco, pues porque eran bolsitos chiquitos, tu sabes, viandas y esas cosas. Ese viejito mio si que era bien bueno, (un cariño nostálgico sentí del él) él se encargaba de nosotros, era el que nos compraba la comida y nos la cocinaba. Porque sabes, mi mamá era una enamorá y estaba pendiente a otras cosas.
Papi siempre se encargaba de nosotros. Y tomaba ese saco lleno de comida y se lo echaba en la espalda, bajo ese sol, y nosotros caminabamos a su lado. Cuando llegaba a la casa, allá en el Barrio Sebonuco, por Rio Chiquito, por allá, nos cocinaba algo tan rico.”
Me iba narrando mientras yo también me transporté a su pensamiento y tenía una película en mi mente, imaginandome a mi abuelo, a mi padre y a mis tios pequeños en un lugar humilde y cadeciente de muebles, y de lujos, pero me dió la impresión de que era un momento felíz de su vida. Es que el tono de voz y su rostro me lo decían todo. Yo más bién estaba maravillada, porque en tantos años, ha sido tan breve todo lo que me ha compartido. Eso si, siempre me ha dicho que su padre era bién bueno, que él lo quería mucho, y que aun le hace falta.
Aproveché a un breve silencio y le pregunte, ¿De tu padre fue que aprendiste a cocinar tan divinamente verdad? A lo cual me dijo, con una sonrisa enorgullecedora, es que no dejaba de sonreir; “sí, yo aprendí a cocinar con papi.” Me encantaba el modo en que mi viejito se refería a su padre como papi, con ese amor, así como yo le llamo a él, papi.
Yo estaba fascinada con la transformación que había tomado su rostro, con la alegría que me compartía algo de su niñez. Se veía tan hermoso éste anciano de cabellos blancos, sus espejuelos, su frente sudorosa, y esa alegría en sus palabras, que dicha ver a mi padre así.
Siguió en su relato, como si hubiese hallado en mí, ese alguien que le escuchara, le respetara y valorara su historia de un momento felíz, como si hubiesen sido muy escasos. Siguió narrandome sin perder el entusiamo como el locutor confiado y respaldado por su audiencia. Lo menos que se imaginaba él, que para mí era todo un honor, toda una bendición.
“Sabes, un día llegamos con hambre a la casa, y no habia nada preparado. Y mi hermano tomo un repollo y se lo comió. Mi papa hacia ensaladas con los repollos. Y cuando llegó papi, y preguntó dónde estaba el repollo, mi hermano se echo a correr hacia la malesa y quedo enredado en una mata de espinas, no me acuerdo como se llama, era de esas que las mujeres usaban para hacer unos arreglos que se ponian aqui, (se señaló el pecho) con un pinche, o alfiler, con una flor.” Yo me apresure a decir ‘sí entiendo’ para que no perdiera el hilo de su relato.
“Papi no le iba a pegar, y mi hermano, como no sabía eso, simplemente corrió y quedo todo “guayao” (rasguñado) por la mata (planta) esa de espinas. Se castigó el sólo.” Y comenzó a reir a carcajadas.
“Pero después, mi padre buscó un machete...” ahí, me preocupé un poco, ay que no me cambie la historia felíz a tragedia, pero continuó diciendo; “y lo ayudo a salir del enredo y saco toda la mata de espinas para que ninguno de nosotros nos pudieramos lastimar otra vez. Mi papa era bueno.”
“Ah, y hacía un pan de maíz.” Me dijo con orgullo, pero era como si se acordara de el sabor de ese pan de maíz que hacía mi abuelo. “Papi preparaba el pan de maíz, luego que estaba lo envolvía y lo ponía en un techo por la ventana de la cocina, encima del zinc hasta el otro día. En la mañana siguiente, lo partía en tres pedazos y nos daba uno a cada uno de mis hermanos y a mí, con una taza de café negro antes de irnos a la escuela. Pero eso sí, antes de la escuela y a las cuatro de la mañana teníamos que llegar hasta el río a buscar agua y llegar a bañarnos y después de desayunar a la escuela.
Nos llevabamos los zapatos en la mano porque teníamos que cruzar el rio para ir a la escuela, nos enrollabamos los pantalones y despuees de cruzarlo, no los poniamos, sin medias. Ay papi que buen hombre fuiste. ___ Coño este sol ya esta que pica.” Y de un salto se levantó del banquito de madera en el cual estaba sentado, hecho por el mismo y se puso a tapar los hoyos del piso de su marquesina y ahí se detuvo el relato.
Me dió la impresión, de que prefirió terminar el relato en sonrisa, más no en llanto.
Me dió la impresión, de que prefirió terminar el relato en sonrisa, más no en llanto.
Ojalá y mañana, entre en confianza y me deje saber un poquito mas de su vida de un pasado ya lejano.
Relato de Señora Coqueta
® 2014
® 2014
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