Wednesday, August 27, 2014

LOS NIñOS NO DESEADOS


Serie: Cosas que me hacen subir mi ceja izquierda:


Esa mañana le presté atención a las prioridades del día para poder finiquitarlas en tiempo record. Quería que cuando llegara la hora del almuerzo, que usualmente tomo en mí oficina, irme tranquila por si me tomaba unos minutos extra mi salida.

Este día en la parroquia a la cual pertenesco estaría el templo abierto para ir a orar por los niños no nacidos. Si, me refiero a los niños que han sido abortados.

Desde que lo anunciaron en la misa del domingo, se me quedó en la mente y fue algo que ni tuve que anotar en mi agenda, era una inquietud que despertó en mí, de que tenía que ir a orar, por todo lo que significa esto. 

Dieron las doce del medio día y le avisé a mis colegas que me ausentaría  por una hora, como menos. Me puse mi abrigo largo rojo, saqué los guantes, los lentes de sol y mis llaves del bolso y salí del edificio rumbo a el estacionamiento para irme en mí auto. 

La parroquia San Patricio quedaba algo cerca de mi trabajo, así que llegué en unos minutitos. Me estacioné y caminé sobre la nieve hasta llegar a la entrada del templo.

Me hice la señal de la cruz luego de haber mojado mis dedos en agua bendita que estaba justo en la entrada en unas urnas de marmol.

Con mis ojos fijos en el altar, por cierto interesante, con su mural de San Patricio sosteniendo la hoja de trebol mientras explicaba que la Santisima Trinidad y Dios es lo mismo; mi abreviación.

Seguí lentamente por el pasillo principal, el del medio, imaginandome las dificultades que tuvo San Patricio y como se convirtió en santo patrón de los Irlandeses, y me sonreí al llegar a mi pensamiento la frase de que “nadie es profeta en su propio pueblo”.

Ya había llegado como a la mitad de la iglesia y decidí detenerme justo ahí, en el lado izquierdo de los bancos centrales. Me senté mientras me quitaba el abrigo, y demás, lo puse todo a un lado. Bajé, la pieza esa que es acoginada, del largo del banco, y cuando dió en el piso hizo un sonido que se hizo eco, me dio risa y miré a todos lados pero no habia nadie en la iglesia.

Me arrodillé, volví a mirar a el altar, luego a la parte izquierda donde se encuentra el Santisimo, suspiré y cerré mis ojos. Y comenzé a hablar con Dios.

Señor, que te puedo decir yo que he cometido tantas faltas atravez de mi vida. Yo no soy quién para juzgar a estas mujeres que talvez desesperadas ven el aborto como una salida.  Ay Dios mío, y qué estamos haciendo para ayudar más, o para educar más a los hombres que son los que cargan la semilla.

¿Cómo podemos enseñarles desde pequeños el valor de una mujer, el respeto a ellos mismos como varones, respeto a su semilla de reproducción, que si tienes una mujer la tienes que amar como Cristo ama a su Iglesia, la responsabilidad de los hijos y como llenarnos ellos, y yo también, más de tí?

Ellos no nacieron, y me imagino que tu los tomas devuelta en tu regazo, porque siempre han sido tuyos. Sabes, eso me consuela. Te pregunto Señor; ¿Esos niños no nacidos, tu los envías nuevamente a familias que si los van a tener y a amar? _____ Ya me dirás algun día.

Señor, los padres de estos niños... nah, estoy segura que en un arrepentimiento de corazón Tú, los harás nuevos, y los perdonarás.

Señor, ten misericordia de todos los que tienen que ver con los abortos, los padres de esos niños no nacidos, sus familiares, los médicos, los hospitales, el gobierno y la sociedad que aun hoy día ven los embarazos como la mayor verguenza de una mujer, si no cumple los requisitos de el “orden” social. Cuando que Tú nos diseñaste para ser madres.

Señor, ten misericordia de mí.  Y mientras hablaba con Dios, sentí como la presencia de alguien cerca de mí. Y abrí mis ojos y despacio me dí la vuelta a mirar hacia atrás. Y sí, era el sacerdote de la iglesia. Al verlo le sonreí y lo saludé.

“Disculpa, no te quise molestar, puedes seguir orando. Yo también vine a orar.” Me dijo casi en tono de pena.

No, tranquilo, ya terminé mi conversación con El Jefe y nos sonreimos los dos.  Luego, él, el sacerdote, me hace una pregunta que para mi era ilógica, mientras se cambiaba de banco y se sentaba en donde yo estaba; “¿Y qué haces por acá?” me dice.  Yo me quedé como, duh, pues vine a orar por los niños no nacidos y también por sus padres, pero que pregunta. ¿Pero y esto no se anuncio en la misa? Le dije en tono sarcástico.

“Si, sí, claro que viniste para eso, pero es que encuentro tan, tan...” me trataba de explicar. Tan qué padre, qué tiene de raro que me vea usted aquí. “No es raro, es que dada a tus circunstancias. Que sea precisamente tú a quien yo encuentre de primera, aquí en el templo, orando por los niños no deseados.” me seguia tratando de explicar algo que yo no entendía, y casi llegué a pensar que a éste cura le estaba patinando el coco.

“Que seas precisamente tú, aquí, orando por los niños no deseados, tú que no eres hija de tu mamá... ¿o es de tu papá que no eres hija?  

What? Mi corazón se comenzó a acelerar, comenzé a sentir calor en la cara pero se me pusieron las manos frías.  Qué usted dice padre, le insistí.

“Pero de quién es que tu no eres hija, de tu madre, o de tu padre, o de ninguno de los dos?” Me preguntó como esperando que yo le aclarara la duda. Sin embargo, era yo la que estaba a punto de shock, de un paro respiratorio, la que estaba en duda era yo.

Al darse cuenta el sacerdote, que yo estaba con los ojos desorbitados, es que voy a orar por los niños no nacidos y resulta que era yo la que posiblemente no habia sido deseada, por mis “verdaderos padres”, que mi madre no era mi madre, o que talvez mi padre, no era mi padre, o que talvez ninguno de los dos eran mis padres, digo, como no estar a punto de un colapso. 

Y fue en donde se viro la tortilla, comenzé a ver a el cura que abrió los ojos como desorbitados, se le puso el rostro rojo, de seguro se le enfriaron las manos y parecía que iba a colapsar. Y me dijo en tono nervioso; “Pero... éste... no eres tú... éste... tú no sabías nada... mmm... olvidalo, olvidalo, creo que estoy confundido.

Yo le insistí que si el tenía que decirme algo me lo dijera y ya, que no pasaría nada. Yo en ese momento sentía que debía de usar unas pinzas para halarle la lengua para sacarle las palabras pero no hubo caso.

El sacerdote me dijo que me olvidara de todo lo que me había dicho, ¿no me digas? Delete y ya.  El se levantó nervioso y titubeante y se fué.

Me dejó con la palabra en la boca, o más bién, él se llevó las palabras en su boca.  Me puse mi largo abrigo rojo, mis lentes de sol, mis guantes, y tomé mis llaves del bolso.

Al salir otra vez a el pasillo principal, miré hacia el altar, me sonreí, suspiré fuertemente, hice la señal de la cruz y dandole la espalda a el mural de San Patricio comenzé mi procesión hacia la puerta de salida del templo.

Me sentía que iba en camara lenta. Me subí a mi auto y el camino hacia mi trabajo no fue lo suficientemente largo para todo lo que corría en mi cabeza.

Comenzé a hacer un análisis de que ese sacerdote era bién amigo de mis padres, parecía como su compadre, no salia de casa de mis padres. Se le habrá chispoteado alguna confesión que uno de mis padres le hiciera, quién fue que le reveló en el santo sacramento de la confesión que yo no era su hija, mi mami, mi papi y el creyendo que yo lo sabía, me lo tiró, en su asombro de verme orar por los niños no nacidos?

Llegué a mi trabajo y sin removerme nada, les informe que tenía que irme que tenía un asunto con urgencia que atender.  Que corto se me hizo el camino desde mi trabajo a la casa de mis padres, me sentía como que nada era real, como que yo era la protagonista de una pelicula.  

Les confieso, que aunque me embargaba un susto raro, de saber que estos dos amores de mi vida, que me hicieron la mujer que soy, me han apoyado tanto, que me aman y a quienes honro, y amo con toda mi vida, no fueran mis padres, a la misma vez, ni me importaba, porque era imposible que yo los viera de otro modo. Y en cuanto a unos supuestos “verdaderos padres”, ni me interesaba saber nada de ellos.  Pero serían mis padres los únicos que me pudieran aclarar todo el rollo que me tiró el sacerdote, y amigo de ellos.

Me bajé de mi auto... saqué el llaverito que dice “God is Good All The Time”, que me regaló mi papi, y abrí la puerta, de ese hogar donde me habian criado, lentamente y entre.

Relato en Serie de Señora Coqueta
® 2014

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